Por Julián Rodríguez
Qué bonito es el futbol cuando se juega con honestidad, con entusiasmo, con una pasión sana, leal y equilibrada.
Qué bonito es ver a familias enteras disfrutar del llamado juego del hombre. Ver las gradas de los estadios llenas de ellas, coreando un gol de su equipo preferido o lanzándoles porras y gritos de aliento.
Qué hermoso era ver un partido América-Chivas en el que los 22 jugadores se partían el alma en el interior del campo o presenciar los clásicos Chivas-Atlas, Cruz Azul- América y el clásico capitalino. Eso era bonito y no lo que vimos ayer en el estadio La Corregidora de Querétaro, donde delincuentes ataviados con una playera de sus equipos protagonizaron una masacre que empaña nuestro futbol mexicano y sin duda a un país que se ha vuelto víctima de una violencia extrema.
Fue triste ver a esos padres de familia llevar a sus hijos corriendo en el campo para resguardarse de la violencia generada en todo el inmueble y hasta quitarle la playera a uno de ellos para que quizá no fuera agredido.
Las escenas producidas por las cámaras de televisión mostraban algo fuera de una realidad. Aficionados de ambos equipos protagonizaron lo increíble, lo inverosímil y que nadie quisiera vivir ni en sueños.
Una guerra y sólo eso se vivió en La Corregidora, donde cuerpos inertes bañados en sangre quedaron tendidos por todo el lugar tras las golpizas recibidas.
De manera extraoficial se habla de 17 muertos hasta el momento, una cifra que pasará a la historia no sólo de nuestro futbol sino de todo México y que está dando la vuelta al mundo mostrando vergonzosamente la cara oscura, negra y maligna de miles de aficionados que ven en este deporte una manera insana y cruel de canalizar una ira desmedida.
BARRAS BRAVAS
Sin duda la creación de barras bravas en nuestro país es el detonante de esa violencia en las gradas de los estadios nacionales. Esto ya se había señalado a tiempo para evitar actos vandálicos como los que se vieron ayer, pero ni la Federación Mexicana de Futbol ni las autoridades policiacas ni nadie trabajaron en ello, y hoy cuando esa situación los sobrepasó seguramente buscarán “ciertas medidas” que debieron aplicar anteriormente.
Dicen que “muerto el niño el pozo quieren tapar”, un refrán que debieron entender hace muchos años, pero que hicieron caso omiso y hoy las consecuencias son trágicas y que llenan de miedo a los verdaderos aficionados, quienes seguramente ya no asistirán a los partidos en los que la seguridad es completamente nula.
La gente clama desde sus lugares que quiten las barras bravas, entes que son compuestos por asesinos en potencia y que no deberían tener la más mínima cabida en ningún estadio de México ni del mundo, pero que desafortunadamente son solapadas y hasta creadas por las mismas directivas de los equipos participantes.
Una de las causas principales que generan esas actitudes criminales es sin duda el alcohol, pero es de todos conocido que los equipos tienen en la venta de cerveza una manera de obtener recursos en grandes cantidades y lo que menos les importa es cómo actúen quienes las consumen.
Sin embargo, hoy el trago que se digiere es amargo. Hoy muchas familias sufren por las pérdidas de sus hijos, pero hoy también alguien debe pagar por esos hechos y hoy alguien debe llegar hasta las últimas consecuencias, sin miramientos, aplicar todo el peso de la ley y castigar a los responsables de esta acción que fue toda una barbarie.
El futbol no es un canal que nos lleve a cometer actos violentos. Este deporte debe disfrutarse por los auténticos aficionados porque es leal y bello como la vida misma.