Por Julián Rodríguez
El hombre cerró sus ojos, suspiró hondo y recordó aquel 9 de octubre de 1968 cuando a las 9:35 horas en los límites de Puebla y Veracruz se convirtió en el último relevo veracruzano en portar la antorcha de los Juegos Olímpicos que se llevaron a cabo en nuestro país.
En ese entonces Julián Martínez Vázquez era un chico de apenas 18 años de edad, era cuando la juventud le brotaba por todos lados, cuando empezaba a forjar sus sueños, un destino, una vida y escribía una historia que con el correr de los años, los lustros y las décadas se convirtió en un legendario del deporte, sobre todo del futbol.
Julián Martínez recordó esa mañana soleada cuando hizo la entrega al atleta poblano Adalberto Cortés de la antorcha olímpica. “Ese momento me llena de satisfacción y orgullo; puedo decir que es lo mejor que me ha pasado en la vida”, comentó el popular “Alemán”, quien se ganó su apodo por su cabello rubio y su tez blanca.
Escarbando en su memoria encontró otra escena de ese momento que hizo que mordiera sus labios y sus ojos se pusieron vidriosos. “Vi entre la multitud a una persona muy hermosa en mi vida… yo la verdad nunca pensé que mi madre fuera, pero allí estaba, fui a abrazarla y se me salieron las lágrimas”, expuso.
Martínez Vázquez sacó del chip de su mente cuando decidió estudiar en esta ciudad, lugar que prácticamente lo adoptó. “Yo jugué dos torneos en Tercera División con el ADO de Orizaba, pero decidí venir acá y jugar en este circuito de ascenso con los Delfines de Xalapa”, dijo.
Su estilo era peculiar en la década de los 60. “Fui un jugador duro, de esos que aplican el dicho de ´pasa el balón, pero el jugador no´, aunque nunca lastimé a alguien”, precisó.
Con el correr de los años decidió ser entrenador y estuvo cerca de dirigir a un legendario como el Deportivo Universitario Xalapeño (DUX), pero en una maniobra extraña, sostuvo, se le adelantaron. “No quiero decir nombres, pero así fue, sin embargo, el estratega hizo cosas buenas con el equipo”, reconoció.
Pero le llegó la suya con el UV Xalapa, escuadra que tuvo a destacados jugadores como Erick Cházaro, Rafael “Pato” Olvera, Juan Manuel Loranca y Rubén Darío López, el gran “Didí”, quien tuvo la calidad para jugar en la Primera División.
De hecho, una de sus marcas históricas la consiguió con el plantel universitario de 33 partidos invictos.
El enamorado del futbol tuvo continuidad en su profesión en 1990 con los Delfines de Xalapa, equipo que se volvió en uno de los mejores que ha tenido nuestra ciudad dentro del terreno profesional. “Era un deleite verlos jugar, todavía recuerdo que cuando lanzamos la convocatoria asistieron a los Campos Juárez cerca de 600 jugadores, pero sólo necesitaba 50 por lo que el corte fue doloroso por los jóvenes que no entraron en planes”, expuso.
Por cierto, el cuadro albinaranja llenaba su casa a cada partido, incluso se convirtió en finalista en 1991, pero en su partido ante los Brujos de San Francisco del Rincón fue derrotado de visitante con un escandaloso 8-0. “Los directivos hicieron una mala planeación porque llegamos a ese lugar un día antes. No nos dio tiempo de adaptarnos y fuimos superados ampliamente. Se jugaba una franquicia de varios millones de pesos, pero no lo vieron así”, mencionó.
Después de esa dolorosa derrota, el conjunto xalapeño ascendió a Segunda División “B”, pero fue allí donde le cambiaron la jugada, ya que la gente de pantalón largo le dijo adiós para contratar otro director técnico. “Me dolió muchísimo porque no me dieron la oportunidad de dirigir, bueno, ni las gracias me dieron”.
Su andar por ese terreno lo llevó a tomar las riendas del América Xalapa, pero cuando mejor jugaba y estaba invicto en la Tercera División la directiva le asestó otro duro golpe. “Su argumento era que el equipo no jugaba bonito… ¿No jugaba bonito? Pero si estaba invicto y liderando la tabla. Fui a buscarlos frente al Quirasco, en un antro que estaba antes allí y les dije aquí está su equipo, yo no vivo del futbol, vivo de mi profesión, soy catedrático de la UV”, comentó.
Ligado siempre al futbol tomó las riendas de los Cafeteros de Córdoba en Segunda División, equipo que integró con varios jugadores que dirigíó en Delfines como el arquero José Antomio Sánchez, el “Gori” (QEPD) y Paulino “Cayi” Olmos, entre otros.
Más tarde pasó del campo a la oficina y fue el primer presidente de los Búhos de Xalapa, equipo se mantuvo poco más de 11 años en la Tercera División, siendo el único con la mayor cantidad de años en el balompié de paga.
Una de sus locuras, mencionó, fue cuando en 1984 vinieron a jugar al estadio Xalapeño las Águilas del América contra el UV Xalapa. Era tanta su desesperación al ver que su equipo era superado por gente como el “Cabezón” Juan Antonio Luna, Héctor Miguel Zelada, «Batata”, Cristóbal Ortega, Eduardo Bacas, Vinicio Bravo, Alfredo Tena y Carlos de Los Cobos, que en el medio tiempo les dijo. “Cómo me gustaría tener unos tacos para entrar y enseñarles cómo se debe jugar”. Fue entonces que uno de sus pupilos le dijo “aquí están” y que se los pone, saliendo al terreno de juego junto al “Cacala” Blanco, aunque ambos por la edad no pudieron evitar el 7–0 que le propinó la escuadra dirigida en ese entonces por el chileno Carlos reinoso.
En fin, una trayectoria increíble digna para contarse hasta en un libro, porque su vida y su historia poseen tantos pasajes que, en una entrevista, no alcanza para narrar un camino recorrido por más de siete décadas.
Hoy el “Alemán” vive feliz y pleno alejado del futbol, aunque deja un legado muy grande, una herencia y un reto que superar, pero lo más importante es que plasmó su leyenda como un personaje recto, honesto y leal, que sólo el Padre Tiempo pudo vencerlo, aunque nadie pudo doblegar un espíritu y un corazón inquebrantables.