Por Julián Rodríguez
Ese día 6 de enero de 1999, Bryan Colula Alarcón miraba emocionado el montón de juguetes que le trajeron Los Reyes Magos. Rápidamente corrió hacia ellos y empezó a buscar el que más le gustaba. Sacó un carrito, hizo a un lado otro cochecito y a varios muñecos hasta llegar al fondo de todos y encontrar el que marcaría su vida, el que trazaría un destino ineludible: la pelota.
Ese primer balón fue lo suyo, lo que quiso, lo que anheló y del que hizo un mundo de sueños e ilusión.
Y es que Bryan recibió ese don que Dios le dio cuando vio la luz por vez primera, y hoy pese a la pesadilla que más tarde vivió tuvo la fortaleza suficiente para consolidar su fantasía de ser futbolista profesional.
Es de esos chicos que desde sus comienzos en la vida marcó sus rumbos. Su camino estaba trazado para alcanzar ese éxito al que todo niño aspira desde lo más profundo de su corazón.
Sin embargo, esos propósitos se vieron empañados tres años más tarde. El seno familiar comenzó a deteriorarse. Un infierno se apoderó de su hogar y poco tiempo después se disolvió, sus padres lamentablemente se decidieron por una separación.
Ese fue un golpe muy duro para Bryan y sus hermanos Bandon y Brenda, pero pese a su corta edad sabía que la vida debía continuar, no podía dar marcha atrás en sus ilusiones, en sus sueños de grandeza y sobre todo en su pasión por el futbol.
A casi 20 años de esa pesadilla, Bryan la recuerda como si fuese ayer. En su vida quedó tatuado ese recuerdo como el peor de su vida, pero reconoce que no estuvo en sus manos cambiar. “Sé que fue muy difícil esa vida, había muchos problemas, desde económicos, como otros… mi niñez no fue fácil, por eso sé de dónde vengo, sé de mis raíces, entonces creo que por eso valoro el sacrificio que muchas personas hicieron para que yo pudiera estar donde ahora”, dijo el hoy jugador del equipo Mazatlán.
El joven de 25 años de edad no olvida esos pasajes. Esos recuerdos quedaron plasmados como un tatuaje en su piel, como una auténtica pesadilla que, por fortuna, ya es cosa del pasado. “Si, no era muy agradable, pero nunca nos faltó de comer y eso se lo reconozco a la gran mamá que tengo. Somos tres hermanos entonces nunca faltó el pan en la casa, con eso era más que suficiente, expresó el jugador cuya carta es propiedad de las Águilas del América.
Es un chico que no se olvida quiénes le tendieron la mano. “Soy un hombre agradecido con las personas que me ayudaron como Héctor Arellano, quien fue parte importante para llegar a un club como América. Mi hijo ahora está en Delfines y quiero seguir ayudando desde donde yo pueda hacerlo. También estuvieron allí Carlos Díaz, Carlos Chávez y Félix Hernández”, mencionó.
Pero si existe alguien a quien le debe todo es a su mamá. “Ella es la pieza más importante en mi carrera porque nunca se dio por vencida, siempre trató de sacarnos adelante y lo logró, ahora me toca regresarle lo que me dio”, sostuvo.
Bryan no mira hacia arriba, la altivez, el orgullo y la soberbia no existen en él, pone por delante su sencillez, la lealtad y el agradecimiento. «Siempre lo he tenido bien claro, sé de dónde vengo, todas las personas somos iguales, no hay ninguna diferencia, ya sea por su tono de piel o clase social, todos merecemos el mismo trato y de mí siempre van a esperar eso”.
Sabe que aún le falta camino por recorrer. “Quiero primero, como persona, tener una familia y como futbolista consolidarme en Primera División y trascender en el futbol, llegar a la Selección Nacional y que México se entere quién es Bryan Colula”, concluyó.
Habla su mamá
Si hay una persona que conoce la vida de Bryan Colula es su mamá Mariela Alarcón Mora. “Vivíamos en la colonia Revolución hasta que cumplió seis años de edad, que fue cuando la familia se dividió porque decidí separarme de su papá”.
Esa decisión, aunque afectó a sus hijos, fue sin duda lo que tenía que hacer. “No me arrepiento de haberlo hecho porque ya no era vida y por lo que vivía allí lo mejor era salvaguardar la seguridad de ellos y la mía”, comentó sin ahondar en detalles.
Reconoce que debido a que saltaba de un trabajo a otro la dedicación de sus hijos se la heredó a sus padres. Enrique Alarcón Hernández y Virginia Morales. “Tenía hasta tres trabajos, había que sacrificarme para darles lo que merecían, no podía quedarme de brazos cruzados”, añadió.
Pero es cierto aquello que dicen que después de la tempestad llega la calma, y eso sucedió en la familia de Bryan Colula, un chico que pese a los problemas que tuvo en su niñez construyó a base de esfuerzo y dedicación una vida útil y feliz, recorrió los senderos del sacrificio para alcanzar el éxito, ese al que todos aspiran, pero pocos tienen la fortuna y el privilegio de llegar.