Al Calor Deportivo

El Olimpus, legendaria máscara de la lucha libre en Xalapa

Hoy ya en el retiro entrena a uno de sus nietos. Foto: Julián Rodríguez

Por Julián Rodríguez

El hombre respira hondamente. Deja que su mente lo conduzca a aquel pasado de niño cuando asistía los domingos a los cines de la ciudad para ver las películas de Santo el Enmascarado de Plata, el gladiador que lo inspiró para dedicarse por muchos años al fantástico mundo de la lucha libre.

Sus ojos se le llenan de lágrimas al recordar cuando era más feliz, de un pasaje que ya no volverá.

“De pequeño cuando tenía 10 ó 12 años iba a los cines Variedades y Radio para ver las películas del Santo, era la figura que todos idolatrábamos y por la que en lo personal comencé a entrenar este deporte”, dijo El Olimpus, personaje de los años 80 e ídolo de la Arena Olimpia.

Sin embargo, su introducción al arte del Pancracio no fue fácil, ya que su familia, especialmente su señora madre, no quería que practicara un deporte que consideraba no era el ideal para él.

“Pasaron 20 años para que mi gente supiera que era luchador. Por eso siempre luché enmascarado, primero como el Extraterrestre, luego como el Sasquash y finalmente como El Olimpus. Me mantuve escondido porque a mi familia no le gustaba que luchara, que ese deporte no era para mí”, comentó el otrora destacado gladiador.

Comenta que fuera de los encordados era una persona sencilla, humilde y tranquila que no se metía con nadie, pero ya enmascarado era otro.

“Me transformaba, sacaba mi otro yo, el del enmascarado, sentía la adrenalina, sin duda arriba del ring era otra persona que se alimentaba de los aplausos de la gente”.

Una noche, narró, estaba luchando contra dos de sus más acérrimos enemigos como lo fueron los jarochos Barones Rojos, y cuando lo tenían a merced dándole hasta con la cubeta, uno de sus hermanos se metió para defenderlo.

“No sabía quién era yo, pero al ver que entre los dos me golpeaban intervino y se armó la grande, aunque tuve que entrar al quite, pues no podía permitir que lo agredieran”, recordó.

Tuvo grandes batallas y poderosos rivales, siendo los mismos Barones Rojos, los Black Power y los Galgos con quienes en cada enfrentamiento no se guardaban nada, pues su enemistad era tanta que sus combates terminaban en charcos de sangre.

Sus inicios se dieron en el Club Apolo bajo el mando de un legendario como don Chucho Monroy.

“Entrenábamos en los bajos del puente Xallitic, en 1978, pero antes, cuando tenía 15 o 16 años practiqué lucha olímpica, incluso fuimos a la Ciudad de México a participar en un torneo internacional que se llevó a cabo en el Instituto Politécnico Nacional”, agregó, destacando que entre esos elementos asistió Porfirio Dorantes, Manuel Carballo y Karim Pacheco.
Luego se metió al profesionalismo, al deporte de paga, a la lucha libre rentada, siendo su casa la Arena Olimpia y en Veracruz la ya desaparecida Arena Estadio, a la que nunca faltó cuando era programado.

“Una ocasión estaba de vacaciones y nos fuimos a Tuxpan, pues hasta allá me hablaron por teléfono para decirme que esa misma noche estaba programado para luchar, tuve que regresarme y aunque la paga no me alcanzó ni para la gasolina debí cumplir con mi compromiso”, recordó.

Lesiones tuvo muchas, pero las que más lata le dieron fueron en las rodillas.
“Sí, la verdad sí me lastimé muchas ocasiones, sobre todo las rodillas, pero fue bonita esa vida, los aplausos de la gente, la adrenalina de pegar y que te peguen no lo cambio por nada, de hecho, no me arrepiento de nada lo que he vivido”.

Su retiro fue a tiempo, el luchador lo sabe; antes de dar pena o lástima se decidió a los 45 años a colgar su indumentaria, a guardar esa legendaria máscara que tantas satisfacciones le dio, pero sobre todo que dejó un gran legado y especialmente un hueco difícil de llenar en un mundo donde la magia, el color y la alegría fueron todo en su momento.

Hoy próximo a cumplir 70 años de edad, El Olimpus se mantiene en buenas condiciones físico atléticas, y su mente guarda cada batalla, cada enfrentamiento, cada combate, pero sobre todo lleva en su corazón los aplausos de la gente, los gritos de los niños y las chicas que lo veían como un ser superior, como un súper héroe invencible con máscara y capa, tal vez de acero, pero de carne y hueso, un hombre terrenal que no vivió de la lucha libre, sino para ella.