Por Julián Rodríguez
Ese 27 de agosto de 1971, la muerte le tocó la puerta a Marcial Ruiz, joven luchador conocido como el “Perro Negro”, luego que en el Barrio Xallitic de Xalapa unos malvivientes le acomodaron una golpiza que hasta al hospital lo mandaron.
Fue trasladado al Hospital Civil, donde el médico que lo atendió fue sincero con la mamá del entonces cargador del mercado San José: “Su hijo está muy grave y tal vez ya no despierte”, dijo, mientras que a doña Gloria el corazón se le estrujó tanto que llegó al llanto.
El doctor le indicó a la señora que lo fuera a ver en el pabellón de hombres, donde tras un recorrido no se percató de quién era, ya que por los golpes sufridos en su rostro y cabeza con una piedra lo dejaron irreconocible.
“Es ése”, dijo el galeno, al tiempo que la señora se agarró su pecho y expresó: “¡mira, mijito, cómo te dejaron!”.
El joven estaba inconsciente, conectado a una sonda en su nariz que llegaba a un recipiente ya lleno por la mucha sangre que había perdido.
El panorama era sombrío, los pronósticos no eran alentadores pero sólo la fe de doña Gloria le empujaba a pensar diferente a todos.
Los días pasaron y aunque se hicieron interminables y eternos, el llamado “Perro” abrió sus ojos. Su cara había cambiado, ya no era la misma. Las huellas de la salvaje agresión allí estaban. Una cicatriz cerca de su ojo izquierdo le quedó como huella imborrable del brutal ataque que jamás olvidó pero sobre todo que se acordó de quiénes lo agredieron.
Su recuperación fue lenta pero firme. La venganza fue un factor determinante para que se fuera recuperando. Así llegó el día de sanar por completo e ir a buscar a sus enemigos, a quienes por cierto les aplicó ese refrán de “ojo por ojo y diente por diente”, ya que a cada uno por separado les mostró su poder de puños y su fortaleza granítica.
El otrora luchador recuerda que una ocasión entró a una cantina y uno de sus agresores descaradamente le dijo: “¿A qué vienes, quieres otra madriza?”.
Sin decirle “agua va”, se le fue encima y no lo soltó hasta que el hombre quedó inerte con el rostro bañado en sangre.
“¿Para qué me dijo eso? Que lo empiezo a surtir y ni las manos metió, claro, no lo golpeé como ellos lo hicieron conmigo pero al menos en ese momento desquité un coraje agrandado por meses”.
Ese es tan sólo un pasaje del llamado “Perro Negro”, como así se apodaba dentro del llamado arte del Pancracio, deporte que fue su pasión y aunque no era un dechado de virtudes logró al menos dedicarse a lo que siempre le gustó.
Era un luchador dueño de un cuerpo bien trabajado en el gimnasio, con pesas, sin necesidad de los llamados suplementos alimenticios de hoy pero amacizado por su oficio de cargador.
Recorrió por algunos años un deporte lleno de color y magia, en el que el circo, la maroma y el teatro son evidentes. Su pareja de luchas fue el gran “Perro Flores”, un gladiador que se hizo leyenda pero que lamentablemente, como sucede con muchos deportistas, el alcohol fue su otra pasión y murió pero esa es otra historia.
El “Perro Negro” logró conocer a varios de los grandes luchadores que había en la llamada Época de Oro en esta ciudad. De hecho, fue discípulo del gran Chucho Monrroy.
Echó a volar su mente cuando en una ocasión unos aficionados coatepecanos lo quisieron linchar.
“Sí, esa noche luchaba enmascarado como El Marciano y tenía una deuda pendiente con un luchador de allá que le decían El Papelerito, a quien sin sentimiento alguno lo agarré y lo golpeé contra un pilar que había abajo del ring…. ¡para qué lo hice! Porque al momento que su máscara se tiño de rojo muchos de los allí presentes se me fueron encima con navajas, por lo que tuve que salir corriendo hacia el vestidor porque ya me estaban alcanzando”.
Tuvo un ídolo, el llamado “Gigante de Ébano”, Dorrell Dixon, de origen jamaiquino.
“Siempre lo he admirado y aunque no me tocó enfrentarlo o hacer pareja con él, en una ocasión me lo topé de frente y le comenté que hubiera gustado eso y me contestó que también a él, incluso me decía que yo era su hijo porque ambos somos morenos”, dijo el “Perro Negro”, mientras reía recordando esa emotiva ocasión.
Hoy este personaje está retirado de la lucha libre. A sus 74 años de edad sólo recuerdos le quedan de los años que vivió en un mundo que le dio el poder y la fuerza necesaria para resistir muchos de los ataques dentro y fuera del ring pero sobre todo, no olvida esa ocasión cuando enfrentó a la mismísima muerte en una caída que supo ganar pero que reconoce que tarde o temprano, como todos, perderá la batalla final.