El Universal
El señor Martín Vásquez padre salió de Yahualica, Jalisco, tratando de no mirar atrás, para que no le doliera tanto dejar a su familia, a su esposa y a sus siete hijos, por ir en busca de un mejor modo de vida, el llamado ‘sueño americano’.
Logró pasar de ‘mojado’, como muchos mexicanos que abandonan la patria para abrazar una nueva; y cuando las jornadas de sol a sol se lo permitieron, cuando sus manos sangrantes debido a la pizca de algodón lo dejaron, trajo a su familia, a su motivo de ser.
Ahí iba el joven Martín, un muchacho de 12 años que abandonaba su casa, sus amigos y la cancha de futbol de la esquina, sin pensar que el futbol, precisamente, lo haría regresar, y al final dividirse entre dos naciones.
“México es mi patria, pero Estados Unidos se volvió mi casa”, dice Martín Vásquez hijo, uno de los pocos futbolistas que ha vestido las camisetas de las selecciones más grandes de la Concacaf: México y Estados Unidos.
Martín y su familia llegaron a Los Ángeles “gracias al sacrificio de mi padre que trabajaba hasta donde podía para que no nos faltara nada”, recuerda.
Lejos de su ambiente natural, el niño se dio cuenta de que el balón no lo había abandonado y tal como en México siguió practicando el futbol, un deporte que se volvió el mejor pretexto para volver a sus orígenes. “Mi papá nunca dejó que lo ayudara en su trabajo. Laboró en el campo, en la ciudad, de todo, para que mis hermanos y yo estudiáramos y eso me permitió seguir jugando al futbol”.
En las ligas estudiantiles, Vásquez comenzó a destacar, los visores de los equipos mexicanos comenzaron a hablar con él. “Uno me llevo al América, pero no me quedé porque mi madre me hizo regresar a terminar la preparatoria; luego tuve la oportunidad de probarme en Tecos, pero mi mamá tampoco me dejó, que primero terminara la Universidad, me exigió”.
Y cuando cumplió con los requisitos, el futbol mexicano lo estaba esperando. “El señor Nacho Trélles me abrió las puertas de la Universidad de Guadalajara, de ahí fui al Atlas, Veracruz y Puebla, hice una buena carrera en México, de ocho años”.
Eran los 90 y a México la FIFA lo castigaba por el famoso caso de los ‘cachirules’, las selecciones nacionales se integraban, pero no podían tener competencias oficiales. “Ahí me llamaron a mí, don Nacho otra vez. Tuve la oportunidad de jugar amistosos contra Uruguay, Colombia y Argentina. Luego vino el señor César Luis Menotti, también estuve algunos meses con él, pero no pude debutar en un juego oficial”.
Las llamadas al Tri dejaron de llegar y Martín regresó a su segunda casa, a Estados Unidos para abrir brecha en el futbol, pues los estadounidenses comenzaban a tomar en serio el juego del balón redondo. “Steve Sampson me llama a representar a los Estados Unidos. Yo soy naturalizado, y aunque lo pensé mucho, al final me decidí. Repito, México es mi patria, pero Estados Unidos se volvió mi casa. Mucho de lo que soy, de lo que son mis hermanos, se lo debo a este país y, claro, al trabajo de mi padre”.
Y sí, lo pensó muy bien… “Estuve algunos días en la encrucijada, un equipo era el de mis orígenes, pero el otro era el de mi presente. Bueno, también sopesé mi sueño de jugar un Mundial, y aunque no llegué a Francia 98, ayudé al equipo en juegos de eliminatoria”.
Hoy Martín Vásquez ve a la distancia que México y Estados Unidos han emparejado su nivel y se disputan el liderazgo de la zona en un juego.
—Y al final ¿a quién le va Martín Vásquez?
—Me la pones difícil; es mi patria contra mi casa. Mi corazón está dividido, pero al futbol eso no le interesa.