La confesión de Ivan Rakitic (Rheinfelden, Suiza, 10 de marzo de 1988) impresionó tanto a sus padres que —inconscientemente— le preguntaron varias veces si estaba seguro.
No era para menos. Con 18 años de edad recién cumplidos, el entonces muchacho decidió jugar para la selección del país en el que nació su padre, ese que apenas conocía y del que se sentía exiliado, aunque había una parte de él que lo quería.
De padre croata y madre bosnia, conoció la zona de los Balcanes como adolescente, porque su familia se mudó a Suiza poco antes del estallido del conflicto bélico que terminó con la entonces Yugoslavia.
Su talento llamó la atención de los visores suizos, por lo que fue llamado para los representativos helvéticos con límite de edad, para los que jugó varias veces. El problema es que siempre experimentó un sentimiento especial por el representativo que juega con esa elástica a cuadros blancos y rojos.
La nacionalidad de su padre lo impulsó a tomar la decisión, no sin antes meditarlo demasiado, porque es un hombre que no se deja llevar por los arrebatos. Es muy metódico, así es que a sus padres no les extrañó cuando les dijo que estudiaría arquitectura en la Universidad de Basilea, Suiza. Sólo hizo un año, porque el destino lo llevó al Schalke 04. Para entonces, ya era un referente de ese combinado al que tanto ama.