Miguel Herrera se ha convertido en el ajonjolí de todos los moles; así como habla de dulces y de sushi, habla de lo que vivió en su etapa como entrenador del América.
Se ha convertido en una especie de vocero no reconocido de un club al que ya no pertenece, lo cual parece no entender, ni mucho menos superar.
El caso más reciente es la absurda declaración sobre Giovani dos Santos, totalmente fuera de tiempo, de contexto y -como siempre- sin el valor que representaría haberla hecho en su etapa como entrenador, cuando él lo alineaba.
Claro, ahí no se atrevía a hablar nada de nada sobre lo que pasaba en el interior del equipo; es decir, siempre habla a destiempo.
En las oficinas del América no han caído nada bien las declaraciones de Herrera.
Lo consideran un hombre herido, desagradecido y -sobre todo- fuera de toda ética profesional, ya que sólo habla de lo que le conviene y busca reflectores, pero nunca hablará sobre sus problemas con el SAT o cómo llevo a más de 14 personas a su cuerpo técnico, incluidos familiares.
Ahí sí bien que se queda calladito, porque llevaría todas las de perder, ¿no?