CIUDAD DE MÉXICO, noviembre 2 (EL UNIVERSAL).- América sufrió, tuvo miedo.
Estuvo a punto de que su sueño de alcanzar un doblete se fuera a donde habitan las almas en pena, justo en la tenebrosa noche de los Fieles Difuntos. Su nombre pudo más desde una tanda de los 11 pasos que definió al ganador, luego del empate a uno en tiempo regular. El americanismo se aferró a las manos de Agustín Marchesín. El argentino no falló. Detuvo dos de los cuatro tiros de los Gallos Blancos para dejar la serie 2-0, pero la batalla, la verdadera, por conquistar el torneo copero, no está en el Estadio Azteca, sino que pasa por la casa de los Rayados.
Ahí, hace apenas unos días, América salió desnudo, mostró sus carencias y puntos más débiles y cayó en el torneo de liga contra el líder 2-0. Será tiempo de revancha, entonces, para los emplumados. Volverá a verse las caras con el equipo de Antonio Mohamed, esta vez, a un duelo a matar o morir.
El error estará prohibido si los americanistas quieren alcanzar el boleto a la final de la Copa MX. La fecha del duelo entre Rayados y America está por definirse. Los organizadores del torneo tienen que acomodar fecha, consultar con los equipos y darla a conocer.
¿En fecha FIFA? Quizá.
Las Águilas se dedicaron a padecer en una noche que parecía sin mayores aspavientos con los Gallos Blancos. Decía Luis Fernando Tena, estratega de los queretanos, que cada franquicia tiene sus prioridades. La suya, eludir el descenso. Gallos salió entregado.
Jamás se adentró en el choque. Sólo dispuso de su orden defensivo, el cual resultó inútil frente a la velocidad americanista. En un tiro de esquina, Oribe, siempre él, dio a los azulcrema la tranquilidad. Hizo un remate de cabeza incómodo, pero certero. El portero Volpi tuvo temor de chocar con el poste, perdió de vista la pelota y se convirtió en el gol (15’).
América sobrellevó el juego.
¿Para qué desgastarse un sinsentido? Nunca tuvo un contrincante que le llegara a poner verdaderamente contra las cuerdas.
El Querétaro se diluía entre sus pelotazos, imprecisiones y zozobra. Por algo está en riesgo de irse a la Liga de Ascenso. Argumentos posee pocos para luchar siquiera por ingresar a la Liguilla.
La segunda mitad tuvo rasgos de soberbia entre los americanistas. Se sentían demasiado superiores, pero era verdad, porque lo eran.
El rival notó que las Águilas estaban sobradas, pisaban en campo con desdén y tocaron el balón con desidia. Pecados mortales en el futbol que condenaron a los azulcrema al padecimiento, a verse de frente con la adversidad. Yerson Candelo estuvo a punto de igualar en corner, pero Paul Aguilar sacó su envío hacia afuera desde la línea de gol. Agobio queretano con argumentos que nadie había visto en la primera mitad del partido.
De pronto, en una jugada de rutina, Bruno Valdez quedó techado. Camilo Sanvezzo, fresco de piernas por ingresar de relevo, le ganó la posición dentro del área. El brasileño cubrió el balón. Volteó hacia atrás y se apoyó hasta que encontró a Javier Güemez.
Ese ex americanista que salió de Coapa por la puerta de atrás, impactó el esférico inclemente. Fuerte, por abajo y cruzado. La estirada de Agustín Marchesín fue inútil y el juego se igualó (66’).
El 1-1 puso nervioso al escaso público en el Estadio Azteca. La paridad estaba por desembocar en los penaltis. Hasta que Miguel Ángel Chacón pitó como pena máxima un ligero toque en el área de George Corral sobre el paraguayo Cecilio Domínguez.
Carlos Darwin Quintero tomó el balón. Quiso ser el héroe desde los 11 pasos y se convirtió en un traidor para el americanismo al volar su envío al minuto 82’.
Miguel Herrera, en la zona técnica, miró hacia el cielo. Pidió explicaciones. Nunca las encontró.
El América tenía todo para finiquitar el duelo en la agonía del encuentro y desperdició la gran y verdadera oportunidad.
Vinieron los penaltis.
Marchesín fue demasiada pieza. Gracias a él, el sueño del doblete azulcrema no murió una noche de 1 de noviembre. Vivió en la noche de muertos.