Un testarazo de Álvaro Morata en el minuto 77, siete después de haber entrado al terreno de juego, surgió al rescate del Atlético de Madrid, inofensivo, irreconocible, deprimido y al filo de la decepción del empate contra el Bayer Leverkusen, pero ganador a la espera de una reacción aún pendiente en el juego.
Hasta entonces, presionado por dos victorias en sus ocho partidos precedentes, el triunfo es oro para el equipo rojiblanco, porque le ofrece un tiempo que no tiene y que necesita para recomponerse, armarse y reencontrarse con un Atlético más acorde a su nivel, a su potencial y a la ambición de aspirar a cada uno de los títulos.
A la vez, le mantiene en el camino de los octavos de final de la Liga de Campeones, con siete puntos al ecuador de la fase de grupos, y restituye la confianza y el crédito en casa del equipo rojiblanco, capaz de vencer un duelo que apuntaba sí o sí al empate a nada.
El Atlético no jugó el partido que quería. Y eso es un problema, más aún para un bloque que predispone tanto cada movimiento, cada acción o cada sector. Ni manejó la pelota ni los espacios ni el control del encuentro como pretendía, exigido demasiadas veces para correr para atrás, por el contragolpe tan explícito de su oponente.
Inferior al Bayer Leverkusen en la puesta en escena, se destinó el primer tiempo, bien por él mismo o bien por su adversario, a un partido de agitación constante, de esos que tan poco le gustan a su técnico, Diego Simeone, porque transforman cada balón perdido propio en una invitación al rival para avanzar sin demora hacia su portería, aunque muchas veces termine en nada, como este martes.
A eso jugó el Leverkusen, que no es nada del otro mundo, pero que se adaptó mucho mejor al panorama del duelo, que, entre la presión alta y la intensidad que gobernó el choque en el primer tramo, fue un jeroglífico que exigía un imponente nivel de destreza y velocidad de ejecución con la pelota que hoy por hoy no tiene el Atlético, salvo contadas excepciones: Héctor Herrera, el mejor con el balón, aunque, antes de este choque, había disputado sólo 100 minutos.
Llama la atención, visto su desempeño en cada ocasión que le han dado -este martes participaba en su cuarto partido de este curso-, gol incluido ante el Juventus, que haya jugado tan poco hasta ahora, porque se maneja bien con la pelota y porque tiene la personalidad que necesita un equipo en la recesión a la que apunta el Atlético.
Thomas, concluyente y ensalzado no hace mucho, no dio un pase bien en casi todo el encuentro, como tampoco lo hizo Koke. Ni Saúl. Diego Costa se parece poco -o nada- a aquel que dominó la Liga en 2014. Y Correa, imprevisible siempre, mostró esta vez la versión imprecisa, intranscendente e incluso desesperante de tantas otras ocasiones. En global, el primer tiempo del Atlético fue deprimente.
No hubo goles entonces, la consecuencia ineludible de las contadas oportunidades. Porque el Bayer es lo que es. Fue tan vertical de medio campo para arriba como improductivo dentro del área -apenas lanzó un tiro alto de Baumgartlinger en el primer acto- y porque el Atlético padece hoy por hoy de una tremenda indeterminación en su ataque, del que no se percibe cuál es su plan.
Entre tanto, había perdido a Giménez. En uno de sus primeros esprint al corte, sufrió un tirón muscular. Titular indiscutible de principio a fin de este comienzo de curso, el muslo derecho le marcó el fin del partido en apenas 14 minutos para el central más fijo de todos. Fue reemplazado por Mario Hermoso. Ya era baja Savic.
Ahí atrás crece sin pausa Felipe, un seguro en la defensa y un activo a balón parado en ataque, la única forma de la que se percibía alguna posibilidad de romper el partido por parte del Atlético, embarullado arriba mientras decrecía su adversario.
Ante tal nulidad ofensiva, parece un lujo que Vitolo o Morata seansuplentes. Ninguno de los dos -Vitolo ni siquiera jugó- fue el primer recurso del técnico. Fue Lemar, al que aún se le espera mucho más -hoy inició la jugada del gol-. Por entonces, ya la hora de partido, el único tiro había sido de Lodi, en el minuto 31.
Ya en el 70, Simeone incluyó en el campo a Morata. Es una concesión dejarlo en el banquillo, aunque sólo hubiera marcado un gol hasta ahora en este curso. Lo demostró en siete minutos, cuando en su primera ocasión, conectó el cabezazo ganador, tan contundente como la asistencia de Lodi o el primer pase de Lemar. Un bálsamo.