El Universal
Desde hace mucho tiempo, los sirios no tienen motivos para la alegría: la guerra civil mató ya a 250 mil personas; ciudades enteras fueron reducidas a escombros y cenizas; todos los días explotan bombas; y la milicia terrorista Estado Islámico controla amplias zonas del país. Pero hay una pasión a la que muchos no renuncian, el fútbol.
A pesar de la situación extrema que vive el país, la selección nacional sigue jugando. El martes venció por 5-2 a Afganistán, otro estado en guerra y marcado por el terror, en la clasificación para el Mundial de Rusia 2018 y la Copa Asia 2019.
Los hinchas, no obstante, sólo pueden celebrar los goles a través de la televisión, ya que la selección juega sus partidos de local en el exilio por la guerra civil. Ante Afganistán, por ejemplo, las gradas del estadio de Maskat, la capital de Omán, estaban vacías.
Sin embargo, los aficionados que siguieron el encuentro desde Siria lo celebraron igual. «Este tipo de partidos nos permiten
olvidar la miseria diaria», cuenta Abu Ala, que vive en Damasco. «Es el único placer que nos queda».
Siria está realizando una clasificación a Rusia 2018 exitosa, a pesar de ocupar el puesto 123 del ranking de la FIFA y de ser un
«outsider» en el fútbol árabe.
Después de cinco jornadas, el equipo sirio está primero de su grupo con dos puntos más que el gran favorito de la zona, Japón, que aún deberá disputar un partido más.
Las victorias de Siria toman un cariz especial teniendo en cuenta la situación actual del fútbol local. La Liga nacional, la Premier League siria, se siguió disputando en los últimos años a pesar de la guerra civil, pero todos los partidos se celebran en Damasco o en la ciudad costera de Latakia, ambas controladas por el régimen.
Muchos de los futbolistas que forman la selección nacional tienen contratos con clubes extranjeros. La mayoría juegan en Irak o en otros estados árabes.
El delantero Sanharib Malki, por ejemplo, marca goles para el Kasimpasa de Estambul en la primera división turca. Se calcula que unos 200 futbolistas sirios abandonaron el país tras el estallido de la guerra en 2011. Otros se unieron a los rebeldes.
El portero Musab Balhus fue arrestado en 2011 por las fuerzas de seguridad sirias por haber dado presuntamente refugio a grupos armados. Sin embargo, el meta de 32 años regresó al once nacional y ante Afganistán se sentó en el banquillo.
La selección sólo recibe el apoyo de los ciudadanos que están del lado del presidente sirio, Bashar al Assad.
«La selección representa el régimen de Al Assad», cuenta un simpatizante de la oposición que no se alegra de las victorias que consigue el equipo entrenado por Fajr Ibrahim.
La selección, la federación y prácticamente todos los clubes están controlados por el gobierno. De hecho, muchos estadios ya no se usan para actividades futbolísticas, sino militares, según denuncian los opositores a Al Assad.
Los mismos reclaman a la FIFA la expulsión de Siria de la clasificación a Rusia 2018. Sin embargo, sus quejas tuvieron por el
momento mucho menos éxito que el que está logrando la selección sobre el césped.