En el futbol actual, quizá no hay dos entrenadores que visibilicen tanto la diferencia de estilos como Josep Guardiola y Diego Simeone, enfrentados desde hoy en busca de las semifinales de la Liga de Campeones, al frente del Manchester City y el Atlético de Madrid, en un desafío de una dimensión incalculable para el conjunto rojiblanco y su obsesión de ganar el máximo torneo europeo, el único título que le falta en su historia.
Tan cerca en 2014, cuando el 1-1 de Sergio Ramos para el Real Madrid —en el último minuto del tiempo reglamentario— provocó una prórroga cruel para el Atlé tico, y en 2016, cuando los penaltis pusieron todo en duda en el conjunto rojiblanco y Simeone.
Con los Colchoneros, el volante mexicano Héctor Herrera ni siquiera viajó a Inglaterra debido a una lesión muscular.
El Atlético de Madrid tiene ante sí de nuevo la oportunidad, con los alicientes, la ilusión y los sueños que despierta, pero también los desvelos, los recuerdos y las frustraciones que desprende cada vez que compite en un escenario de la magnitud de la Liga de Campeones, en la que —para llegar a su última final, en 2016— debió superar a un equipo de Guardiola, entonces el Bayern Munich, con una victoria en la ida (1-0) y una conmovedora resistencia en Alemania (2-1).
Eran otros tiempos para el Atleti, que entonces expresaba con nitidez —sobre el terreno de juego— que era un equipo capaz de todo, de rebasar cualquier barrera, hasta la más difícil, como un aspirante a ganar incluso la Liga de Campeones por derecho propio. Ahora no lo es. Al menos no lo aparenta, por mucho que encadene seis triunfos consecutivos en la Liga española o haya ganado siete de sus ocho duelos oficiales más recientes, incluida su reciente visita al Manchester United y a la ciudad que ahora lo marca todo. Difícil prueba.