Era un día en que no se jugaba sólo futbol, sino la guerra en la cancha.
Partidos por los cuartos de final del Mundial de México 1986. Argentina, la Argentina de Diego Armando Maradona se enfrentaba contra la Inglaterra, los arrogantes ingleses.
Partido lleno de tensión y carga política. Hace algunos años, una guerra entre estas dos naciones por las Islas Malvinas había provocado una masacre a miles de jóvenes argentinos.
Los días antes del juego, poco se habló del asunto, pero todos sabían que el contexto era ese.
El juego comenzó. Juego rudo, seco, con pocas oportunidades de gol.
Llegó el segundo tiempo, y apenas a los 51 minutos, sucedió: Olarticoechea se proyectó por la izquierda y dio un pase a Maradona, quien regateó a Hoddle y Reid y le pasó la pelota a Jorge Valdano antes de enfrentarse con Fenwick. Valdano no logró controlar el pase y Hodge intentó dar un pase hacia atrás a Shilton, sin notar que Maradona corrió hacia el área y, tras saltar para anticipar al arquero, impactó la pelota con su mano izquierda antes de que el jugador inglés pudiera despejarla.
“Tras convertir el gol Maradona se dirigió al córner derecho a festejar mientras los jugadores ingleses, principalmente Shilton y Fenwick, se quejaban con el árbitro. Pero a pesar de las protestas, ni Ali Bin Nasser, árbitro, ni Bogdan Dotchev, abanderado, anularon el gol a pesar de que inicialmente tuvieron dudas”.
Años después, el silbante dijo sobre ese gol: “Estaba esperando que Dotchev me diera una pista de lo que había pasado exactamente pero no señaló la mano. Y las instrucciones que la FIFA nos dio antes del juego fueron claras – si un colega estaba en una mejor posición que la mía, debía respetar su visión”.
Los ingleses, durante muchos años lo consideraron un tramposo, nunca aceptaron que fue una obra pícara realizada por un genio.
Y al final, el mismo Diego dijo: “Lo hice con la cabeza de Maradona pero con la mano de Dios”.