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Las cinco mejores jugadas que se vivieron en un Super Bowl

Hacemos un recuento de cinco jugadas maravillosas, fundamentales para el triunfo de un escuadrón o relevantes por su espectacularidad

Faltan menos de 24 horas para que se dé la patada inicial del Super Bowl LVI. Ya los equipos tienen estrategias diseñadas, mientras aficionados y apostadores han estudiado con cuidado los factores que podrían darle el triunfo a su equipo.

Las horas previas al gran juego también son propicias para recordar las hazañas que emocionaron a miles en el estadio y millones que siguen el partido a través de las pantallas. Esas jugadas que sacaron a alguien del anonimato o permitieron una victoria inesperada, el material con el que se hacen las leyendas.

A continuación, hacemos un recuento de cinco jugadas maravillosas, fundamentales para el triunfo de un escuadrón o relevantes por su espectacularidad. Fueron jugadas improbables, odiseas de medio minuto. Aquí la selección.

Julio Jones: habilidad de bailarín

En el Super Bowl LI, los Falcons de Atlanta explotaron en el segundo periodo para armar una ventaja de 18 puntos. Al comienzo de la segunda mitad añadieron siete más, para ampliar la distancia con los cinco veces campeones a 28-3.

A partir de ahí, Nueva Inglaterra comenzó el asalto más improbable jamás imaginado. Anotó seis en el tercer cuarto y sumó 17 puntos más para dejar la pelota a Atlanta con ventaja de ocho puntos y cinco minutos por jugar. Los Falcons comenzaron a avanzar, con el objetivo de sumar al menos tres y consumir el mayor tiempo posible.

Cuando el reloj marcaba 4.47 por jugar, Matt Ryan, quarterback de Atlanta, lanzó un pase. La presión lo hizo dar un paso y lanzar sobre la carrera, una bala hacia la línea lateral que parecía ir hacia afuera del campo. Pero su receptor estrella, Julio Jones corrió para atrapar el balón hizo un salto fantástico y después bajó las puntas de los pies para hacer válida la atrapada.

Erin Rowan, el defensivo que cubría a Jones señaló que el jugador había caído fuera del campo. Todos en la banca de Nueva Inglaterra, que habían visto la atrapada a unos metros estaban incrédulos. Parecía el último clavo en el atáud.

La recepción de Julio Jones puso a los Falcons en la yarda 22 de los Patriots. En el mundo del hubiera, podrían haber consumido dos minutos más y dejar la posesión a Tom Brady con apenas dos minutos y 11 puntos de desventaja, una misión imposible, aún para Brady.

Pero los Falcons concedieron una tacleada atrás de la línea a Ryan, que los echó 16 yardas atrás. Luego cometieron un castigo por sujetar que les costó 10 yardas más. De zona de gol, regresaron a la mitad del campo y tuvieron que patear. Brady tomó el balón y concretó una remontada histórica. En ese universo del “qué habría pasado”, esa recepción de Jones sería merecedora del premio al Jugador Más Valioso. En el real, sólo queda recordar su gran esfuerzo.

 

Marcus Allen rebasa a todos

Los Redskins de Washington impusieron su ley en la Conferencia Nacional en la década de los 80. Jugaron tres veces, con récord de dos triunfos y su poderosa línea ofensiva aplastó a los Dolphins, primero, y los Broncos de John Elway después.

En medio, en el Super Bowl XVIII, llegaron con etiqueta de favoritos sobre los Raiders, entonces de Los Ángeles, para lograr su segundo título en fila. Si bien este fue el juego con mayor desbalance en el marcador en las primeras 18 ediciones, la jugada que marcó el partido fue un portento de habilidad, visión y velocidad por parte de Marcus Allen, corredor de los Raiders.

Comenzó como un acarreo por el hueco del tacle izquierdo que selló el linebacker Rich Milot, el profundo Ken Coffey llegó al auxilio y Allen se detuvo ante una jugada que anticipaba pérdida de unas cinco yardas. Dio tres pasos atrás y giró 180 grados mientras Coffey le ponía una mano sobre la cintura y otra en el hombro para detenerlo.

Pero una vez que Allen giró, vio un hueco entre un mar de jerseys blancos de los Redskins y aceleró. Dos defensas, Neal Olkiewicz y Anthony Washington, trataron de igualar su velocidad, pero el sprint del corredor los dejó atrás en cinco pasos. Las largas zancadas de Allen pusieron distancia de inmediato entre él y toda la defensa.

Con ese touchdown se impuso un récord a la carrera más larga para anotación en un Super Bowl, 74 yardas, que duró 22 años. El esfuerzo de Allen no sólo puso el cerrojo al partido, sino que sigue siendo ejemplo de poder, gracia y velocidad.

 

Santonio baja una estrella

Para la edición 43 del súper domingo, en Tampa comparecieron los Steelers de Pittsburgh en busca de su sexto título, y los Cardinals de Arizona, fundados en 1898, aunque en Chicago, por el primero. Cuando los segundos del reloj se agotaban, la ilusión de ver campeones a los Cards, para culminar su temporada 110, parecía al alcance de la mano.

Al comienzo del cuarto periodo, Arizona estaba en desventaja de 20-7. Un touchdown de Larry Fitzgerald y un safety los acercaron a sólo cuatro unidades. El ataque encabezado por Kurt Warner comenzó a recorrer el campo en busca de la voltereta. Desde su yarda 35, Warner lanzó un pase de 10 yardas a Larry Fitzgerald, uno de los grandes receptores de la historia, y éste se escapó a toda velocidad las restantes 55 para dar la delantera a Arizona por primera vez.

Con dos minutos restantes, Ben Roethlisberger fue en busca de la estocada final. Condujo a su equipo en una marcha de 70 yardas hasta la siete de los Cardinals. El reloj marcaba 43 segundos cuando sacó la jugada: con poco campo por cubrir, la defensa de Arizona selló todos los espacios, Big Ben aguantó cinco segundos y luego soltó toda la fuerza de su brazo en un envío alto a la esquina de la zona de anotación, un área donde sólo se veían tres camisetas rojas de los Cardinals.
Por detrás de ellos, sin embargo, apareció Santonio Holmes, el receptor de 1.80 de estatura de los Steelers, extendió sus brazos todo lo que pudo para descolgar el pase y luego puso las puntas de los pies en el end zone.

El touchdown dio a Pittsburgh su sexto campeonato. En un equipo donde abundan los elegidos al Salón de la Fama, con una trayectoria llena de momentos estelares, la atrapada de Santonio es uno de los episodios más brillantes.

 

El casco también juega

David Tyree, receptor abierto sustituto de los Giants de Nueva York estaba lejos de ser un modelo. En la campaña de 2007, que culminó con el viaje del equipo al gran show, recibió al menos dos multas del staff de coaches por llegar tarde a prácticas o sesiones de análisis de video.

La liga también lo había castigado por uso de sustancias prohibidas y era material de burla de los medios por un episodio en el que, según él mismo, tuvo que ser sometido a un exorcismo.

Peor aún, antes del encuentro contra los Patriots, ganadores de 17 partidos en la campaña regular, más dos de playoff y con la oportunidad de igualar la hazaña de terminar invictos la temporada, el jugador no lucía especialmente afinado.

El viernes previo al juego, en la última práctica, Tyree soltó los cuatro o cinco pases que Eli Manning le envió. La inquietud que provocó llevó al quarterback a acercarse para tranquilizarlo. “Sé que vas a responder cuando llegue el momento”, le dijo. “No pasa nada, vas a estar bien”.

Tyree hizo buena la confianza de Manning al atrapar el pase de anotación con el que Nueva York tomó la ventaja, 9-7 en el último cuarto. Pero Brady logró hilvanar un ataque que devolvió la delantera a Nueva Inglaterra 14-10, con 2.43 en el cronómetro.

La última oportunidad para alcanzar el triunfo estaba en manos de los Giants. Eli Manning los puso en su yarda 42 y en tercera oportunidad se echó hacia atrás para tirar un pase. La línea de los Patriots se cerró sobre él y lo envolvió, Adalius Thomas, el linebacker que llegó de los Ravens para reforzar la defensa, lo tomó del jersey y cuando estaba por derribarlo, levantó las piernas y logró escapar.

Su pase fue un globo, de los conocidos en el argot como Ave María. En la yarda 24 de Nueva Inglaterra, Tyree y Rodney Harrison, el durísimo, en ocasiones sucio, safety, se elevaron por el balón. El receptor logró poner su mano en la pelota y detenerla, al tiempo en que ambos comenzaban a caer. Para afianzarla, pegó la bola al casco y con eso completó el pase.

Dos jugadas después, Manning lanzó el pase de la victoria hacia Plaxico Burress. Curiosamente, la mayoría de la gente recuerda y elogia la atrapada de Tyree, a Burress, muy pocos lo tienen como referencia.

Tyree tiene dos motivos para atesorar esa atrapada. Fue el punto de quiebre en el duelo y su última con los Giants, de hecho, la última que hizo en la liga porque al año siguiente tuvo que retirarse.

Una locomotora anota touchdown

Imagine una montaña de músculos, 1.82 metros de estatura y 110 kilos de peso, corriendo a toda velocidad con la pelota en la mano en dirección a la zona de anotación.

Hipotéticamente, su velocidad no le permitiría escaparse de receptores y corredores, pero ni las condiciones físicas podían superar la voluntad de James Harrison en el Super Bowl 43.

En el segundo periodo, los Cardinals se acercaban a la zona de anotación de los Steelers. Kurt Warner lanzó un pase a la yarda uno pero el receptor Anquan Boldin nunca pudo separarse de Harrison. El linebacker se adelantó y robó el pase para, de inmediato arrancar hacia la línea lateral. Aunque los Cardinals trataron de cerrarle el paso, los defensivos formaron una cortina para escoltarlo en las primeras 30 yardas; en la 40, un liniero estuvo a punto de detenerlo pero simplemente no lo alcanzó.

Harrison siguió corriendo y en la 40 de los Cards tenía frente a sí a un escolta y al corredor Tim Hightower; éste no pudo quitarse el bloqueo pero estorbó el paso hacia la banda, pero Harrison hizo alarde de agilidad y saltó a los dos jugadores tendidos frente a él.

Con el end zone a la vista, la preocupación era que se quedara sin aire ante de anotar. Pero con el segundo y tercer esfuerzo se mantuvo en pie y todavía resistió el embate de dos receptores, Steve Reston y Fitzgerald, que corrieron 100 yardas para detenerlo. Pero la inercia y el anhelo de Harrison lo habían convertido en una locomotora imparable.

Su esfuerzo evitó una anotación con la que Arizona habría tomado ventaja. Además, le dio un impulso definitivo al equipo, la certeza de que nadie podría vencer a los Steelers en esa noche de Florida.