Tal vez ese, junto con el encendido del pebetero, fueron los únicos momentos en la ceremonia de apertura de los XXXII Juegos Olímpicos que no implicaron misterio, pero fueron los más emotivos.
De pronto, los inconfundibles acordes de «Imagine» retumbaron en el estadio Nacional de Japón. Fue con otras voces, pero ahí estaba la esencia del legendario John Lennon. No podía ser de otra forma. Justo en una época que jamás será olvidada a causa de la pandemia, los himnos no oficiales son los que impulsan los sueños. Y éste, escrito por el exbeatle hace medio siglo, resultó perfecto para que los asistentes se hermanaran.
Dio lo mismo que no hubiera fanáticos. Los poco más de 10 mil asistentes (entre atletas, entrenadores, invitados especiales y representantes de medios de comunicación) vibraron con la interpretación del español Alejandro Sanz.
El intérprete estuvo acompañado de artistas como Angélique, Kidjo, John Legend y Keith Urban, quienes unieron sus voces -vía las pantallas gigantes del inmueble- para llegar a lo más profundo de los corazones presentes en el estadio y los millones que presenciaron la ceremonia a través del televisor.
El efecto fue inmediato. Voluntarios y atletas amagaron con olvidar las estrictas medidas sanitarias y fundirse en un abrazo. Pocos lo hicieron.
Los que se animaron aprovecharon para consolar a quienes veían más lastimados emocionalmente. La letra habla de olvidar diferencias y vivir en un planeta sin países, falacias que parecieron materializarse durante algunos minutos, con deportistas de diferentes naciones juntándose para posar en la selfie y hasta intercambiar recuerdos.