Los Ángeles.— Se sentía como si todo hubiera acabado el sábado por la noche.
Como una tarde en la que se rinden honores a las esperanzas desfallecidas.
No habrá más beisbol hasta el próximo año y quizá en la colina del Dodger Stadium no se vuelva a ver a Clayton Kershaw, quien ayer abrió el último juego para Los Ángeles, en un domingo que no fue cualquiera.
El mejor pitcher de su generación tiene la oportunidad de salir de su contrato con los Dodgers, con los que en 11 años se convirtió en hombre y millonario.
Kershaw ya no es Kershaw. No impone ni en el montículo de la que hasta anoche fue su casa donde tiene todo un ritual. A las 18:29 horas del centro de México su primer lanzamiento.
En menos de 10 pitcheos pierde el juego 2-0. Hasta ahí es todo lo que en televisión se pudo ver de Clayton. Cuando saca el tercer out voltea ligero al cielo.
Se toma la gorra y la acomoda para entrar al dugout donde no dirige palabra a nadie.
Al sentarse, sorbe Gatorade para escupirlo. Se envuelve el brazo en una toalla.
Cada que su equipo está al bat con un out, Kershaw entra al clubhouse.
Quizá ahí descarga en soledad la furia que le causa no haber otorgado un título de Serie Mundial a la organización que le entregó más de 200 millones de dólares.
El zurdo era una marca registrada de Los Ángeles.
Ahora podría estar libre en búsqueda de una organización con mayor suerte.
Las tres décadas de sequía que acumulan los Dodgers, para algunos empieza a tomar tintes de maldición por el hecho de no retirar el emblemático 34 del zurdo mexicano, Fernando Valenzuela, que sí fue campeón con los angelinos.