RÍO DE JANEIRO, Brasil, agosto 21 (EL UNIVERSAL).- Cuando Guadalupe González sale a competir, siempre se encomienda a la Señora de la Misericordia. Lo hace a petición de sus dos mamás. Sí, la flamante subcampeona olímpica en los 20 kilómetros de marcha debe sus valores y tenacidad infranqueables a dos mujeres que se encargaron de su formación desde que era una niña.
“A mi madre biológica no la apoyó mi papá como debería de ser; fue un tío de él quien nos ayudó; Yo me formé con Justina Rodríguez, su esposo Enrique González y mi mamá María Romero, quien se convirtió en otra hija para ellos”, reveló la andarina.
Guadalupe no creció con lujos ni tampoco fue a escuelas de paga. Incluso confiesa que no fue una alumna de diez. Porque a ella lo que la apasionaba era el deporte.
“Mis dos mamás lucharon por mí y mis tres hermanos para que no nos faltara nada. Nos dieron lo necesario, teníamos lo indispensable, lo justo. Nosotros terminamos nuestra carrera y eso es lo que más les agradezco”.
Tras graduarse en la universidad, Lupita ingresó a trabajar para poder apoyar a su familia. Pero la inquietud de convertirse en una seleccionada nacional pudo más que cualquier oferta laboral.
“No me iba mal en mi carrera. En el SAT, donde hice mis prácticas profesionales, me fue muy bien, hicimos un sistema muy bueno con la ayuda de mi hermano, quien me asesoró en todo momento y me dieron el trabajo. Pero entonces llegó el momento de decidir y al hablar con mi jefe Fredy, me dijo, ‘Lupita, el trabajo puede esperar, los sueños no, eres muy joven, inténtalo’”.
Ese día todo cambió en la vida de la mexiquense. Se arriesgó y el experimento le salió muy bien.
“Es difícil creer que podría estar en un trabajo de escritorio y terminé con una medalla olímpica en el cuello. Esto es un sueño hecho realidad”.
A Guadalupe le gusta escuchar bachata antes de competir; entre sus canciones favoritas están las de Romeos Santos. En Río no pudo seguir con esta costumbre pues olvidó los audífonos en casa.
“Me gusta pero sólo la disfruto porque no la sé bailar”, dice apenada.
La marchista aún no dimensiona la importancia histórica de su medalla.
“Todavía me da pena hablar con ustedes, antes nunca me hacían ninguna entrevista y ahora todo mundo quiere platicar conmigo. No estoy acostumbrada y no sé qué va a pasar cuando regrese a México”.
La noche de ayer, Lupita habló con sus dos mamás. Ellas le contaron del revuelo en Tlalnepantla tras enterarse de su medalla de plata.
“Me contaron que mucha gente me vio competir. Nunca pensé que para tantas personas fuera importante. Les dedico mi medalla a las dos porque estoy segura que para ellas yo soy de oro”.