Al Calor Deportivo

Drogas, el peor rival de De la Hoya

El Universal

El ex múltiple campeón mundial, hoy promotor, habla de su orgullo por dejar atrás la adicción a las drogas y repasa su vida como boxeador.

Óscar de la Hoya mantiene intacto un don con el que pocos nacen: el ángel. Este atributo le permite sobrevivir con una imagen positiva y admirable, en un tiempo difícil para su empresaGolden Boy Promotions y comprometido para sí mismo tras batallar contra sus adicciones (alcohol y drogas), que lo pusieron contra las cuerdas en los últimos dos años.

Tiene en el argentino Lucas Matthysse su gran diamante para volver a escena, que en caso de batir a Ruslan Provodnikov, lo devolverá a las grandes negociaciones. Pensando en el filipino Manny Pacquiao, si es capaz de conseguir la hazaña y doblegar a Floyd Mayweather el 2 de mayo.

Los ojos brillan de esperanza, de optimismo y, quizás, de rabia. Quiere salir de este estado, porque ya sin el manejo de los mejores boxeadores, sabe que tiene la capacidad suficiente para seguir siendo el empresario número  uno del ramo.

Es el hombre que ganó diez títulos mundiales en seis divisiones diferentes, el que acabó con la carrera de Julio César Chávez, el que fue considerado el mejor boxeador latino de la historia y el que ya es una leyenda. Pero hoy, a los 42 años, si por algo Oscar De La Hoya se ve como un triunfador es por sentir que venció a un rival mucho más fiero: el derrumbe personal al que, entre la fama y el dinero, lo empujó años atrás, la adicción a las drogas.

“Aquello me demostró que realmente soy campeón. Yo gané títulos mundiales, la medalla olímpica. Bonito, todo arriba del cuadrilátero. Pero lo que superé fuera del ring fue mi mayor victoria. Nada se puede comparar con eso. A mí me fascina hablar de esto, porque es la vida real. La vida me tumbó. Yo tomé decisiones malas. Pero pude tomar el toro por los cuernos. Y tener ese valor para regresar al camino correcto. No es fácil.

“Yo tengo esa historia, esa experiencia. Yo decidí levantarme. Es una historia motivante, que se puede mostrar. Es algo real. Ahora soy un ejemplo real”, dice el ‘Golden boy’.

A lo largo de una tarde entera en la que le puso el cuerpo a una maratón de demandas de los medios, ese fue el momento en que más locuaz se vio a esta gloria del ring, a aquel boxeador que deslumbraba con técnica y coraje.

“¿Qué fue lo que me hizo caer? Creo que fue una combinación de cosas. Retirarme y ya no tener mi pasión, el deporte. Una especie de vacío. Gracias a Dios pude superarlo. Yo nunca hablé de esto: cuando falleció mi mamá decidí retirarme del boxeo; tenía 16 años. Ella murió de cáncer, antes de los Juegos de Barcelona 1992. Como cinco meses después, yo no estaba boxeando y no me sentía motivado. Un día estaba en la cama, pensando, y me dije ‘¿sabes qué? Voy a regresar por el sueño de mi mamá, esa medalla olímpica. Me pasó lo mismo esta vez. Yo estaba sin motivación, sin ganas de trabajar. Y un día, así como me sucedió en 1991, pensé que si mi mamá hubiera estado ahí me habría obligado a levantarme, me habría dicho ‘¡motívate, tú eres mejor que eso, eres campeón!’. Y así fue. Y fue difícil. Fue la pelea más difícil de mi vida. Pero no me rendí”.

Esta fue la batalla más complicada, mucho más que cualquier otra sobre

el cuadrilátero.

“Era la pelea más difícil de mi vida, pero pude superarla. Yo no soy un atleta que dice ‘no a las drogas’, simplemente. Soy una persona que lo vivió. Puedo hablarlo de corazón y espero que los más jóvenes lo escuchen”.

De la Hoya visitó Argentina por tercera vez, invitado por el promotor Mario Arano para apoyar a una de las máximas figuras de su empresa Golden Boy: Lucas Matthysse, que el 18 de abril enfrentará al ruso Ruslan Provodnikov, en Verona, Estados Unidos. Es la función de promotor que eligió tras colgar los guantes y que le dio satisfacciones y disgustos. Entre éstos, ver a figuras como Danny García, Adrien Broner, Sergey Kovalev o Marcos Maidana dejar su amparo para sumarse al equipo de un competidor, Al Haymon.

—Después de haber trabajado para formar tantos campeones, ¿no sientes como una traición que se hayan ido con Haymon?

—Yo aprendí de este deporte que nada es personal. Es negocio. Pero para mí la lealtad es algo muy importante. Por eso un Matthysse, un ‘Canelo’ Álvarez, un Jorge Linares, o Amir Khan, que siguen con nosotros. La lealtad para mí es todo. Seguiremos apoyándolos a ellos y consiguiéndoles las mejores peleas posibles. Este es un negocio difícil, pero yo aprendí que siempre hay que tener la guardia alta.

—Lo que te enseñaron tantos años en el ring…

—Prefiero pelear dentro del cuadrilátero antes que afuera. Es más difícil afuera. Abajo te tiran puños de donde quieran. Y no hay réferi.

—Resaltas el acuerdo al que llegaste con otros promotores como Bob Arum o Don King para trabajar juntos. ¿Qué te llevó a eso, a ser conciliador?

—Tenía que pensar como peleador y como fan. Qué peleas quiero ver, y qué debo hacer para lograrlo. El ego lo dejo en mi casa. Así es como crece el deporte.

—¿Te sientes feliz en esta actividad como promotor?

—Mi amor por el deporte es mi pasión. Yo cuando veo boxeo desde el ring side me quiero subir. Y luego pienso ‘no, esos golpes duelen’. A mí me fascinaba pelear. Esa sensación, esa adrenalina, la extraño.

—¿Tu mejor pelea fue contra Julio César Chávez?

—Esa fue la victoria más agridulce de mi carrera. Él era mi ídolo. Lo recuerdo bien. Él subió al cuadrilátero y yo estaba ahí, asombrado. Imagínate, yo entrenándome para ganarle a mi ídolo. Y mi familia, mis tíos, mi papá, diciendo ‘¿cómo le vas a pelear a nuestro campeón, un mexicano?’ Fue difícil. Hasta hoy mi papá está enojado conmigo.

—¿Cuál es tu recuerdo menos grato arriba de un ring?

—Quizá los tres últimos rounds de la pelea con [Félix] Trinidad”.

—¿Y el más feliz?

—La medalla de oro. Eso lo recuerdo como si hubiera sido ayer.