CIUDAD DE MÉXICO, agosto 28 (EL UNIVERSAL).- «Mi papá quiere salir con los kenianos», dijo Mario llegando al hemiciclo a Juárez a las seis y media de la mañana, mientras el representante los guiaba con el grupo que debería de salir, pulsera verde. Cuando encontraron su lugar, Santiago decidió pasar entre los cientos de corredores que tenía enfrente para poder salir lo antes posible.
Salió en el segundo grupo. A las 7:30 de la mañana. Cuando llegó a Paseo de la Reforma estaba solo frente a su propia marca. Mario, hijo mayor, que siempre lo sigue adonde vaya, aceleró con él hasta perderse entre su esfuerzo en los miles de corredores que seguían saliendo.
Santiago Ramírez llegó a la meta del estadio universitario sin saber que era la meta «yo veía esa torre (luces del estadio) y no sabía qué era». Brincó la meta y cruzó después de tres horas y media (extra oficial) y enseguida las cámaras de televisión comenzaron a grabarlo. Como pudo se hizo camino entre la gente que le pedía foto y llegó al servicio médico por un dolor en la pierna. «No me puse los guaraches que usé en Guachochi». En esa ocasión usó unos con base de tenis que tenían los tres agujeros en la suela para amarrarse como si fueran los que usan a diario, sólo que tenían bolsas de aire.
Santiago no deja de mirar a la meta esperando la llegada de su hijo, ha pasado una hora y se empieza a preocupar mientras las fotos de los corredores lo siguen una por cada cinco minutos. En la espera lo invitan a la zona vip de la carrera, junto a los kenianos, y le preguntan si va a hablar con los ganadores y sólo dice «ya los conozco».
Santiago Ramírez concluye su primer maratón en el mismo tiempo que lo han hecho sus compañeros rarámuris en los últimos 3 años, lejos de su teoría de bajar las 2 horas. Santiago no piensa cuando corre, corre para ganar nomas, no se raja.