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Kairós desde la 4T
- Escrito el:: 30 junio, 2020
Sergio Rodríguez Cortés Xalapa, Ver. 29/06/2020 En beisbol, sacar el último out para terminar el juego es rutina, incluso, existe un pitcher llamado cerrador, que...
Sergio Rodríguez Cortés Xalapa, Ver. 29/06/2020
En beisbol, sacar el último out para terminar el juego es rutina, incluso, existe un pitcher llamado cerrador, que es quien entra a sacar los últimos outs para asegurar la victoria.
Me internaron en el hospital a causa de una crisis respiratoria que me diagnosticaron como “Neumonía Atípica”.
Estaba respirando muy por debajo de lo normal, con el 80 por ciento de los pulmones invadidos por el “Coronavirus”, una semana antes me habían confirmado la enfermedad; sin embargo, la reacción en mi cuerpo fue muy agresiva, no daba crédito a mi hospitalización.
Esa noche sólo tuve luz por momentos. Entre que me desvanecía y abría mis ojos, el tiempo transcurría pero en realidad no sabía cuánto.
Así pasé prácticamente una semana. No reaccionaba a los medicamentos, tenía crisis respiratorias severas, dificultad para levantarme y aunque la mayoría en mi condición hace de sus necesidades con un cómodo, yo siempre me levanté al baño, aunque eso fuera motivo de shock respiratorio, el cual me hacía pensar lo peor.
Me pasaron a terapia intensiva. Estuve en la habitación 4, es decir, me tocó la 4T (según la propia terminología del Hospital), mientras escuchaba hablar a los médicos de la necesidad de entubarme y ponerme un ventilador.
En definitiva, estaba pasando el peor momento de mi vida a mis 42 años; no daba crédito a lo que estaba sucediendo y en la mente sólo pasaban las imágenes de mi familia, el rostro de mis hijos, mi esposa, lo que me ayudaba a hacer esfuerzos extraordinarios para mantener la respiración.
Si comparo mi vida con un juego de beisbol, sentí ser el último out. Con música de rock anunciaban a Coronavirus, mismo que pretendía sacarme, terminar conmigo; ya ha cobrado muchas vidas, una más, qué más da.
Una de esas noches de crisis, en donde no reaccionaba, el doctor de piso me visitó. Me armé de valor para cuestionarle sobre mi estado de salud y me contestó que era de gravedad, así que ya encarrilado le dije:
-Doctor, ¿qué porcentaje tengo de sobrevivir?
Frío y directo como suelen ser los médicos, me respondió:
-Señor, si eso quiere saber no le doy más de un 10 por ciento de oportunidad.
Entonces, me invadió un miedo, una impotencia, una desesperación. Si ya estaba casi ahogándome y sin poder respirar, al escuchar esas palabras sentí una opresión en el pecho como si tuviera encima una aplanadora; sólo reaccionaban mis ojos, mismos que soltaban lágrimas que rodaban por mi mejilla, ya era tarde, quizá la 1:00 pm y estaba solo en el cuarto, con el ruido del oxígeno en mis oídos, cansado de esa semana tan pesada, con inyecciones por todos lados, parchado, con suero, canalizado con un catéter, con cables por todo mi cuerpo. Sentí que estaba perdido, estaba desecho por dentro y por fuera; las cosas no podían ser peores.
En los últimos años me he acercado mucho a Dios; digamos que, del 2016 a la fecha, acudimos a misa los domingos, escuchamos y meditamos el evangelio en casa, en familia y platicamos sobre lo que nos transmite, comulgamos y tratamos de vivir en gracia de Dios.
Mi familia en esta crisis había estado haciendo un rosario en línea junto conmigo desde que estuve en el hospital.
Esa noche, en que me vaticinaron la muerte, tomé una gran decisión. Dentro de mi corazón surgió un impulso por hablarle a Dios, a mi padre; no sé qué pasó pero cuando me di cuenta había entrado en un diálogo con Él.
Le explicaba mis razones, le pedía que perdonara mis pecados y le rogaba una oportunidad, le pedía que no me dejara solo, le dije que quería ver crecer a mis hijos y que deseaba recuperarme para ser un buen cristiano, ser un buen hijo, un buen hermano, un buen esposo, un buen padre. Le ofrecí disculpas por mi soberbia, porque uno cree que todo lo tiene y mírenme acá. En un par de semanas no tenía absolutamente nada, le dije todo eso con el corazón, le pedí que por favor perdonara mi egoísmo.
Dios me fue guiando en el diálogo y me hizo prometerle algo: entregarle mi vida para lo que él dispusiera si me dejaba vivir. Yo sería testimonio de su grandeza, no tendría por qué negarlo y mucho menos darme pena y gritar a los 4 vientos que Dios existe, que mi Dios nunca me ha abandonado.
La fuerza con la que realicé la oración me hizo sentir mejor, él me tomó de la mano, la sentí junto a la mía; estaba ahí esa noche, consolándome después de llorar por largo rato me quedé profundamente dormido.
3 bolas, 2 strikes y 2 outs en la novena entrada el juego de mi vida estaba terminando. El coronavirus lanzaba bolas rápidas por debajo del brazo que se movían para todos lados. Comúnmente, una situación así está controlada por el equipo rival, en cualquier momento acaba el juego, pero esa noche y mi esperanza en Cristo significó que el juego no lo perdería, por lo menos esa noche no.
Tres semanas después, una tarde, antes de hacer nuestro rosario, mi esposa me llamó y me dijo que mi médico, el Dr. Xicoténcatl García Jiménez, le había dicho que de acuerdo a los análisis que se habían estado practicando la evolución había sido favorable y que estaba en franca recuperación. La llamada fue rápida y concreta pero llevábamos varios días tratando con él y había sido muy objetivo en su diagnóstico; ese día Diana, mi hermosa mujer, estaba feliz, el doctor, después de semanas, había dicho algo por primera vez ¡es un verdadero milagro que esté vivo!
Quiero agradecer a toda mi familia, a las personas, amigos, compañeros y conocidos que se mantuvieron en oración conmigo; fueron 26 días en el hospital. Recibir ánimo, bendiciones, oraciones e imágenes de aliento me hicieron acudir a Dios Padre, Dios hHijo y Dios Espíritu Santo, a San Judas Tadeo, a la Virgen María, a la Virgen de Juquila. Los médicos, enfermeras y enfermeros, químicos, fisioterapeutas, afanadoras, todos influyen y arriesgan su vida para recuperar otras, muchas gracias a todos.
Agradecimiento especial merecen los Padres enviados de Dios, de la Parroquia de San Rafael en mi querida Mendoza, el padre Jorge Bautista Valenzuela, Monseñor Hipólito Reyes Larios arzobispo de Xalapa y el Padre Marcos Palacios Párroco de San Isidro Labrador en el Encinar; este último me mandó un mensaje y me dijo “quiero que medites lo siguiente: ¿qué te deja este tiempo que viviste, esta situación que pasaste ahora que vas a salir? Reflexiona todos los días y cuando salgas tenlo claro”.
Esta reflexión es la respuesta. Primero a los que leen este texto, cuídense, no lo tomen a la ligera. El COVID-19 es una enfermedad mortal que puede terminar con tu vida, quédense en casa y tomen las previsiones que la autoridad recomienda.
Por otro lado, los diálogos con Dios continuaron, han sido fluidos, logré encontrarlo, sentirlo; hubo una noche que le dije cuánto lo amaba y de inmediato en mi mente se reflejó su imagen padeciendo por nosotros en la cruz, entendí que me respondía que su amor hacia nosotros es inigualable y no tiene límites, que su misericordia es infinita.
Amemos la vida, disfrutemos cada instante pero nunca nos perdamos, Dios es la respuesta a todo, si Dios está conmigo nada me falta; si rompes una rama ahí estará, si levantas una piedra lo encontrarás.
Gracias por salvar mi vida. Logré salir del hospital y hoy me recupero en casa.